Gabriel Olivares, especializado en fabricar éxitos como ‘Burundanga’, se aleja del teatro comercial con ‘Our town’, ganadora de un Pulitzer en 1939.
El director Gabriel Olivares (Albacete, 1975) es una máquina de producir éxitos. Burundanga, Una boda feliz o Más apellidos vascos son títulos que le han dado un nombre en el teatro comercial. Su especialidad son las comedias, alabadas por la crítica por su mesura y que han contado con el aval del público. Pero la sonrisa que luce hoy este rey Midas del vodevil no viene por una farsa de enredos. “Gracias a la obra he recordado por qué me dedico a esto”, dice, pletórico. Se refiere a Our town,en el Teatro Fernán Gómez hasta el pasado 17 de mayo. Un texto desconocido, un autor (Thornton Wilder) poco popular en España, ninguna primera figura en el cartel.
“En el teatro comercial, o mejor, convencional, trabajas con un productor, con un texto dado, con tus semanas de ensayo… Tienes un producto. Esto es distinto. Más… artístico, sí”, explica, aunque no se atreve a llamarlo “experimental” por miedo a resultar “pedante”. Aquí, el estreno ha dependido de su empeño y del trabajo de tres años con TeatroLab, un laboratorio teatral fundado por él mismo. Y el origen del proyecto estuvo en un encontronazo casual con el texto de Wilder en un pequeño teatro neoyorquino. Our town, la historia de un pequeño pueblo del Medio Oeste, es una de las obras estadounidenses más representadas y fue premiada en 1939 con el Pulitzer de Drama. Wilder ganó otros dos, colaboró con Hitchcock y escribió novelas como El puente de San Luis Rey o Los idus de marzo. Olivares todavía no se explica que la obra no se haya montado en España desde su estreno en los años cuarenta bajo la batuta de Luis Escobar.
“No hay telón. No hay decorado. El público, al llegar, ve un escenario vacío a media luz”. La acotación del director se ha respetado a rajatabla, y como única escenografía se usan cajas negras de las utilizadas para transportar materiales en los espectáculos. Esta modernísima apuesta, los guiños metateatrales y que el texto estuviera ambientado en la norteamérica rural, quizás complicaron la difusión de la obra en un primer momento. “Ahora somos más conscientes de que cuanto más local es lo que se cuenta, más conecta con lo universal”, defiende. Las referencias localistas constantes a la vida de los habitantes del pequeño Grover’s Corners no son ya un problema.
“No creo que me vaya a encontrar con una obra así nunca más”, cuenta. Para levantar esta pieza coral, Olivares ha utilizado técnicas de entrenamiento muy poco habituales en España: el método Suzuki y el de los puntos de vista. Sus sesiones en la nave de Carabanchel en la que ensayan son una mezcla de artes marciales, un disciplinado ejército de 14 personas y una compañía de danza contemporánea. Combinan ejercicios físicos muy exigentes con improvisaciones basadas en el movimiento y la voz. El resultado es un montaje muy plástico, “poético” en palabras de Olivares, alejado de sus trabajos más conocidos. “La naturalidad nos ha convertido en espectadores perezosos. ¿Qué tiene de natural un bailarín de clásico, un actor declamando una tragedia griega? No se trata de naturalidad, sino de verdad”, defiende, incluso cuando sus éxitos son obras realistas.
No reniega de ellas, y defiende el teatro comercial que, asegura, tiene más calidad en los últimos años, igual que el off. Con respecto a si el teatro de autor le dejará entrar en sus filas, no parece estar preocupado: “No es la primera vez que me salgo de lo convencional. Mi primer impulso como director fue hacer cosas muy personales. Pero de repente empiezas a trabajar, empiezas a tener éxito… No es que te desvíes, es el curso normal de cualquier profesión”.
Pero, sobre todo, espera “encontrar un puente” entre ambos tipos de teatro, que le permita unir “entretenimiento y una experiencia estética profunda”. No es fácil. Para muestra, Our town. El director explica que el elenco de 14 actores es demasiado grande para una sala alternativa, y que la escenografía despojada de cualquier adorno es demasiada poca cosa para los teatros públicos. “Vamos a llamarlo tercera vía”, bromea. En los próximos meses tendrá que combinar el trabajo con TeatroLab con la versión italiana de su espectáculo En el baño y la posibilidad de dirigir una película. Malabares para que la “tercera vía” no le deje en tierra de nadie.